sábado, 29 de octubre de 2011

¿Qué es un vegetariano?


Esta palabra ha sido utilizada para describir personajes muy distintos: desde asiduos de tiendas de productos naturales hasta personas malnutridas del Tercer Mundo. Hay personas que comen pescado pero no carne; otras que comen cerdo y pollo, pero no ternera; otras que no comían ni carne ni pescado, pero si huevos y leche; y otras que comían carne y pescado de vez en cuando o en casas de amigos por razones sociales... y muchas de ellas se proclaman vegetarianas.


O bien la palabra vegetariano significa lo que cada uno quiere (y en este caso no significa nada) o lo que ha sucedido es que ha perdido su significado. El diccionario Webster define “vegetariano" como la palabra resultante de la combinación de "vegetal» y “ariano". Como esta última palabra significa "creyente”, la suma obtenida es un tanto extraña. El mismo diccionario define también el vegetarianismo como “la teoría o práctica de una alimentación a base únicamente de vegetales, frutas, semillas y frutos secos”. Pero, ambas definiciones son incorrectas.

La combinación “vegetal + ariano” es imaginaria, pues la palabra vegetariano fue creada con un propósito muy preciso y distinto. Geoffrey L Rudd, primer secretario de la British Vegetarían Society, explica: “Fueron los vegetarianos ingleses los que acuñaron por vez primera la palabra vegetariano en 1842 al encontrar inadecuados los términos de "dieta vegetal" y "dieta sin carne". Posteriormente, estas mismas personas crearon la Sociedad Vegetariana Inglesa, de gran influencia en la actualidad”.

La palabra “vegetariano” no surgió de "vegetal” a pesar de su común etimología. "Vegetal” viene del latín vegetabilis que significa: que tiene el poder de crecer (como sucede con las plantas) y vegetare que significa crecer, “Vegetariano” deriva sin embargo de la palabra latina vegetas que significa completo, fresco, lleno de vida, tal como se utiliza en el antiguo término latino homo vegetus aplicado a una persona vigorosa física y mentalmente. Con este término, los vegetarianos ingleses intentaban dar un tono filosófico y moral al tipo de vida que querían llevar. No estaban simplemente promoviendo el uso de vegetales en la dieta, sino que ensayaban una nueva forma de vida.

El significado de la palabra “vegetariano” no depende de lo que la gente crea que significa. Quienes acuñaron la palabra definieron a un vegetariano, entre otras cosas, por ser “una persona que se abstiene de comer carne y pescado, pudiendo (o no) comer huevos y productos lácteos”.

A un vegetariano que consume leche y sus derivados se le denomina lacto-vegetariano. Si, además, come huevos se le considera ovo-lacto-vegetariano. Al que no consume ningún producto de origen animal lo llamaremos vegetariano (Habría que distinguir también entre un “vegetariano” que no come nada de origen animal y un “vegan”, término inglés que alude a quien no utiliza para ningún fin los productos de origen animal).

Creer que un vegetariano es el que sólo vive de vegetales y frutas no sólo es incorrecto sino que además es muy incompleto. Por desgracia, la mayoría de la gente comete este error (entre ellos muchos médicos y dietistas). Y como los vegetales son considerados casi siempre como un acompañante de la comida principal, los occidentales suelen imaginarse a los vegetarianos como maniáticos o excéntricos.

Naturalmente que, como cualquier filosofía, el vegetarianismo tiene sus fanáticos. Pero mientras estos vegetarianos extravagantes llaman la atención, el vegetariano medio continúa desconocido. Este último grupo es más consciente de la nutrición y de la salud, y no considera el vegetarianismo como una carga, sino como un estilo de vida libremente adoptado. Sus miembros seleccionan alimentos de muy diferentes tipos, disfrutan comiendo y se maravillan de que el público en general los considere unos penitentes.

Existen muchas y diferentes razones por las que este último grupo de personas ha llegado al vegetarianismo.

Ética y moralidad
La razón más antigua del vegetarianismo es, probablemente, la aversión a comer carne por razones éticas. Las personas sensibles se han cuestionado durante siglos la moralidad de matar a otras criaturas. “¿Por qué matar animales si hay otras fuentes de alimentación?”. Este punto de vista puede haber surgido a partir de una orientación religiosa, como la del hinduismo o el budismo, pero la mayoría de los vegetarianos éticos se opone a una innecesaria destrucción de la vida, independientemente de sus creencias religiosas.

El vegetarianismo es una filosofía milenaria basada en la idea de que los animales requieren la misma compasión y respeto que los seres humanos. Los vegetarianos éticos no se dejan convencer por habladurías sobre los valores nutritivos de la carne. Simplemente no comen animales, con independencia de cómo han sido criados, tratados o sacrificados.

Los que cambian su dieta por razones humanitarias creen que la aversión ética a matar otras criaturas es el punto fundamental del vegetarianismo. El respeto a la vida es algo que no depende del precio de la carne, los métodos utilizados para producirla o su riqueza nutritiva.


Estética
El escritor George Bernard Shaw fue vegetariano por razones estéticas, pese a que la salud y la economía también influyeron en su elección. Shaw no quería "comer cadáveres".

Muchos comparten su punto de vista. Los vegetarianos por razones estéticas afirman que un plato de fruta es agradable a la vista, mientras que la vista y el olor de los animales muertos repugna.

No es necesario embellecer los vegetales frescos y las frutas. Los cadáveres de un cerdo o de una vaca requieren la habilidad de un carnicero para que dejen de parecerlo. Incluso los términos que se utilizan para denominar los diversos tipos de carnes —filete, bistec, etc.— son eufemismos diseñados para oscurecer aún más sus orígenes. (El Premio Nobel de nomenclatura podría recaer en las «Ostras de las Montañas Rocosas», que son en realidad, testículos de cerdo. En España los testículos porcinos se llaman comúnmente "criadillas".)

La estética desempeña un papel importante a la hora de elegir los alimentos. Muchos no comerían carne si tuvieran que matar y cortar al animal personalmente. Y muchos de quienes lo realizan admiten su disgusto por esta tarea.

Salud
La salud y la higiene han sido motivos tradicionales para adoptar una dieta exenta de carnes, y tienen mayor peso a medida que se descubre mayor toxicidad química en la carne y en el medio ambiente. El movimiento vegetariano inglés y americano partió de las enseñanzas dietéticas de tres personas: El reverendo Silvester Graham, inventor de las galletas Graham; Ellen White, uno de los fundadores de la iglesia de los Adventistas del Séptimo Día, y el Dr. John Harvey Kellogg, quien ideó el desayuno de cereales que lleva su nombre.

White, Kellogg y otros reformistas del siglo XIX eran adventistas del séptimo día que adoptaron el principio bíblico: “el cuerpo humano es el templo de Dios”. Por tanto éste no podía ser contaminado por alimentos insanos como la carne, el alcohol, el tabaco y otros estimulantes y drogas. Los adventistas siguen promoviendo en la actualidad el ovo-lacto-vegetarianismo y la conciencia de la propia salud. Su objetivo principal sigue residiendo en la religión y en la salud, mientras la ética y la estética quedan en un segundo plano.

Este movimiento de reforma dietética estuvo ligado al vegetarianismo durante el siglo pasado. Al igual que los vegetarianos actuales, los reformistas creían que una dieta vegetariana era más natural e higiénica y advertían que el consumo de carne acarrea enfermedades y problemas digestivos. Hoy más que nunca se ha demostrado ese problema de salud respecto al consumo de carne, pues ésta contiene plaguicidas, hormonas, antibióticos, todo tipo de toxinas e incluso bacterias patógenas y virus.

El grupo mejor organizado de vegetarianos es el de los higienistas, que recomienda ayuno periódico y dieta vegetaliana centrada en vegetales crudos (o cocidos ligeramente al vapor), frutas, zumos y semillas. Efectúan, además, irrigaciones periódicas del colon (enemas) y ejercicios físicos diversos para lograr una buena limpieza estomacal e intestinal. La sede central de la organización está en EEUU, en Chicago, pero hay delegaciones esparcidas por todo el mundo. Muchas personas aseguran haber restablecido su salud e incluso haber curado el cáncer, la artritis y otras graves enfermedades mediante los métodos utilizados por los higienistas.

Ecología y economía
Estas son dos de las razones modernas para evitar la alimentación cárnica. El argumento ecológico atrae a las personas interesadas en basar su alimentación en las formas más primarias de la cadena alimenticia. Desean evitar su participación en el esquema alimentario occidental que desaprovecha y esquilma la tierra, el agua, el aire y la energía. Una dieta vegetal consume menos recursos y trata con más cuidado nuestro frágil medio ambiente.

Las razones económicas se basan en que la producción comercial de carne alimenta a poca gente a expensas de otros muchos. El grano que podría nutrir directamente al ser humano se utiliza para alimentar animales, y los cadáveres de éstos sólo le devuelven una pequeña fracción de las proteínas que recibieron.

Pensemos que para producir un Kg. de carne (ganado bovino) se precisan 16 Kg. de pienso compuesto a base de cereales y soja. ¿Qué ocurre con los 15 kg restantes? Para nosotros, son inalcanzables, puesto que se emplean o bien en los procesos energéticos del animal, en la formación de las partes no comestibles de éste, o bien se pierden formando parte de los excrementos.

Sobre estas cifras se ha originado un vivo debate entre investigadores científicos. Uno de ellos considera incluso que la relación entre cereales y carne es de veinte a uno, pero la mayoría de los promotores de la situación actual sostienen que la relación es aproximadamente de siete a uno. ¿Cómo puede haber una diferencia de opiniones tan grande? La razón es que el segundo grupo (el que afirma que la relación esa de siete a uno) sólo considera la carne comestible del animal, sin incluir el cereal empleado en formar las partes del animal que no se comen.

Para apreciar lo poco nutritivos que son los animales incluso como suministradores de proteínas, hay que compararlos con las plantas. Una hectárea de terreno cultivado con cereales produce 5 veces más proteína que si se destina a la producción de carne. Si en lugar de cereales son legumbres (guisantes, judías, lentejas) lo que se planta en él, la relación es de 10 a 1, y si se trata de verduras es todavía mayor: 15 a 1. Estas cifras son aproximadas y por término medio. Si consideramos las diferentes plantas, aisladamente, los resultados todavía pueden ser más sorprendente. Así, por ejemplo, una hectárea de terreno cultivado con espinacas puede llegar a producir hasta veinte veces más proteínas de las que nos podría suministrar una vaca que se alimentara de ella.

Diversos tipos de dieta
Cada una de las razones nombradas da como resultado distintos tipos de vegetarianismo. El vegetaliano no come carne ni usa ningún producto de origen animal si puede evitarlo. Pero los higienistas y algunos ovo-lacto-vegetarianos no tienen remordimientos de conciencia al utilizar productos animales, como por ejemplo el cuero.

Existen frugívoros éticos que dan importancia a la conciencia del vegetal y no comen aquellas partes cuya cosecha causa la destrucción de la planta (como sucede con las zanahorias, remolacha, nabos, etc.); su alimentación se basa casi exclusivamente en frutos como los tomates, legumbres, manzanas, melones, etc.

Casos ya insólitos son los “germinóvoros”, que centran su dieta en alfalfa, trigo, judías y una docena más de semillas germinadas, o los “vitarianos” que no comen semillas ni granos por considerar que no son adecuados para el consumo humano por razones filosóficas y religiosas.

Sin embargo, éstos son extremos. La mayoría de los vegetarianos se encuentran en algún punto entre el vegetalianismo y el ovo-lacto-vegetarianismo.

Los seguidores de la dieta macrobiótica son considerados por muchos como vegetarianos, pero no lo son. Frecuentemente comen pescado y, a veces, carne de ave, según el estadio en que se encuentren. La macrobiótica centra su interés en las cualidades espirituales de ciertos alimentos, y menos en la ética o en la salud.

El sistema macrobiótico divide los alimentos en dos categorías, basándose en el viejo principio del yin y el yang: el equilibrio de las fuerzas femeninas (yin) y de las masculinas (yang). Su objetivo consiste en alcanzar un equilibrio personal entre ambas polaridades, lo que significa llegar a armonizar con el universo, que de por sí es equilibrado.

Los críticos de la macrobiótica afirman que este sistema viola las leyes más comunes de la nutrición y que los macrobióticos puedan caer en la anemia y el escorbuto y correr peligro de malnutrición. El punto más atacado es la alimentación del séptimo nivel (el más elevado) que consiste tan sólo en cereales y algo de líquido.

A pesar de que esta dieta no contiene muchos alimentos de origen animal, es incorrecto considerarla como vegetariana, pues su fin no es la abstinencia de carne. Sus seguidores creen en normas más elevadas que las que expresa la ciencia moderna de la nutrición y comen según “principios cósmicos”.


Vegetarianos en familia
¿Qué podemos decir de los “vegetarianos ocasionales” o “semivegetarianos”, que sólo comen carne de vez en cuando, por ejemplo en reuniones sociales? La definición original de vegetariano contiene la palabra “abstenerse”, que implica una renuncia deliberada y permanente a todo tipo de carne. Un abstemio es el que no bebe nunca alcohol a quien lo hace sólo los fines de semana no se le puede llamar abstemio. Si tomamos la definición estrictamente, el vegetarianismo es una proposición de “todo o nada”. O te abstienes o no.

Pero hay muchas personas que comienzan una larga evolución hacia el vegetarianismo dejando poco a poco las comidas cárnicas. Hay quienes no prueban la carne ni el pescado en su propia casa, pero comen todo lo que le sirven en la de los demás. Las razones éticas, sanitarias e higiénicas quizás les hayan llevado a preocuparse por el vegetarianismo, pero posiblemente no crean conveniente aplicarlo en toda regla.

De la misma forma, muchas personas han reducido su ingestión de carne sin prescindir de ella por completo. A pesar de que la idea del “semivegetarianismo” es incorrecta retórica e históricamente, el concepto tiene cierto valor práctico. Si el sentirse vegetariano ocasional ayuda a alguien a ser más sensible, ¡adelante! De todos modos, lo importante no es cómo nos llamamos sino lo que hacemos.

Cuestión de palabras
A algunas personas les ayuda dar un nombre a las cosas. Las etiquetas como “vegetariano” y “ecologista” ayudan a veces a aclarar conceptos y también a separarse de la masa. Actúan como un anuncio de lo que somos en cuanto a un tema. El vegetarianismo es mucho mejor aceptado hoy que hace unos años y el denominarse vegetariano o semivegetariano implica tomar una posición con respecto a la sociedad carnívora (si es eso lo que deseamos).

Si no nos gustan las etiquetas, por creer que limitan y colorean a las personas, entonces no hace falta llamarse de ninguna manera.

El régimen vegetariano surge a partir de una decisión calculada y no es el resultado de una vuelta atrás impuesta por la economía o por el medio en que se vive. Nadie se convierte en vegetariano por defecto.

Hay quien llama vegetarianos a los animales que se alimentan únicamente de productos vegetales. Es más correcto denominarlos hervíboros o frugívoros o incluso fitófagos (si nos gustan las palabras complicadas). Una vaca no se abstiene de comerse a otras vacas, de la misma forma que un león no escoge libremente una dieta de carne. Sólo los seres humanos tenemos el poder de escoger según una filosofía o una moral.

Escribir sobre un tema “maldito” como el vegetarianismo requiere una definición clara de los términos que se emplean. La mayor parte de la crítica antivegetariana se basa en definiciones incorrectas de las palabras. Por eso, a medida que vayas leyendo recuerda que esta página asume que:

• El vegetarianismo es una elección dietética voluntaria y autoimpuesta.

• Vegetariano es aquel que se abstiene de comer carne y pescado. (En las inolvidables palabras del Dr. Kellogg: «si corre, no lo comas».)

• Los vegetarianos pueden o no consumir leche, huevos o queso.

• Los vegetalianos evitan todo alimento de origen animal.


Flaquezas humanas
Aparte de estos principios comunes, no existe lo que se podría llamar el “típico vegetariano”. Como no hay autoridad central ni normas rígidas, ningún vegetariano puede ser representativo del grupo completo. Entre los vegetarianos existe el mismo tipo de aberraciones, flaquezas y temperamentos que en el resto de la raza humana. Hay gourmets que van en pos de los platos vegetarianos más exóticos, “ascetas” que viven de unas pocas legumbres y frutas e incluso vegetalianos golosos que han reemplazado la carne por refrescos y pastelitos.

El vegetarianismo sensato y prudente es un régimen no cárnico (con o sin leche y huevos), basado en una gran variedad de alimentos naturales no procesados y que se adhiere a los principios comúnmente aceptados de alimentación. No intenta sobrevivir a base de soja y arroz integral a secas ni tampoco fomenta la preparación de platos complejos todos los días.

Esta página sigue, además, la tendencia lacto u ovo-lacto-vegetariana, y su razón preferente para evitar los alimentos cárnicos es la ética. La mayoría de las personas considera más sencillo comenzar por abandonar aquellos productos que implican la muerte de un animal mientras sigue comiendo productos lácteos y huevos. La mayor parte de los vegetarianos pertenecen a este grupo. Por su parte, renunciar a la leche y los huevos puede ser el ideal, especialmente para los éticos. Es un sistema que puede adoptarse tras haber adquirido experiencia práctica y teórica en el ovo-lacto-vegetarianismo.



viernes, 28 de octubre de 2011

La Apoteosis de Él

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
Por Martín Caparrós




Todas las muertes son tristes, despiadadas; muy pocas son útiles. Si hay una que, más allá de legítimos dolores, lo fue, fue la del ex presidente Néstor Kirchner, de la que hoy se cumple un año triunfal.

Alguien, en estos días, subrayó que los tres presidentes -peronistas, por supuesto- que fueron reelectos en la Argentina contemporánea tenían algo en común: tanto el general Perón como el doctor Menem y la doctora Fernández habían sufrido, en los meses de su reelección, la muerte de un pariente muy cercano: dos cónyuges, un hijo.
Yo no lo tenía presente cuando escribí, hace dos años, el artículo más raro que publiqué en mi vida. Era el 15 de mayo de 2009, la popularidad de los doctores Kirchner estaba en mínimos históricos, y yo solía armar unas historias que parecían ficción para la contratapa de Crítica de la Argentina. Ésta se llamó La solución final, y contaba la historia de un “Comando Conspiraciones” que se preguntaba cómo hacer para ganar las elecciones que el kirchnerismo, entonces, tenía casi perdidas. La conclusión era clara y espantosa, y el Comando decidía seguirla hasta sus consecuencias más letales.
“-¿Y entonces?
-No se hagan los boludos, muchachos, que me entendieron perfecto.
Los tres hombres se miraron como se miran los que no quieren ver lo que están viendo: la esposa manoteando una entrepierna ajena, el telegrama de despido, aquella foto de sus veintiuno.
-¿Vos querés decir que para que hagamos una buena votación en junio se tendría que morir alguien?
Le preguntó despacito el segundo, muy flaco, barba rala, sus ojeras.
-Vos sabés que estoy diciendo eso.
-¿Pero quién, animal, de quién estás hablando?
-¿De quién voy a estar hablando?
El mozo llegó con la segunda botella de montchenot y un par de provoletas bien doradas. El tercer hombre, pelo largo entrecano, prestancia de caudillo antiguo, amagó una sonrisa: ¿pingüino o pingüina?
-Veo que ya nos vamos entendiendo.”
Meses más tarde la realidad se hizo cargo de las fantasías del Comando. El doctor Kirchner se murió de una muerte que todos le anunciaban y él no llegaba a imaginar. Ese día publiqué una columnita en El País diciendo que “en la Argentina no hay político más poderoso que la muerte -y vuelve y vuelve y no nos suelta”.

Ahora, a un año de su fin, el doctor Kirchner ya es una comisaría de Resistencia, la ruta 40 de San Juan, una calle de Tucumán, la avenida principal de Río Gallegos, la costanera de Caleta Olivia, el centro integrador Puerto Esperanza, Misiones, una calle de Paraná, una plaza de Ushuaia, un hospital de Florencio Varela, la sede de la Unasur en Buenos Aires, el Torneo Clausura del Fútbol argentino, la ruta 66 de Jujuy, una escuela y un barrio de Albardón, San Juan, un barrio de viviendas sociales en La Plata, una escuela en El Impenetrable, una comisaría en Puerto Rico, Misiones, un centro de estudios “para la integración de los pueblos latinoamericanos” en Buenos Aires, una escuela de Santiago del Estero, un cine-teatro en Palpalá, Jujuy, una calle y una plaza en San Vicente, un puente de Cosquín, un túnel vial en Carupá, el auditorio del Hospital Gandulfo de Lomas de Zamora, la ruta de entrada al Parque Nacional Pre-Delta en Entre Ríos, el aeropuerto de Villa María, la terminal de ómnibus de San Rafael, la terminal de ómnibu s de Santiago del Estero, la terminal de ómnibus de Jujuy, el acceso principal de Pehuajó, un paseo costero en Calafate, una plazoleta en la ciudad de Buenos Aires, la ex ruta provincial 26 en Pilar, una plaza de Escobar, una beca para estudiar en Nueva York, un túnel de 800 metros en José C. Paz, un barrio de viviendas sociales en Tartagal -y siguen firmas, proyectos, nominaciones varias. No hubo aviso oficialista en esta campaña electoral que no lo tuviera entre sus imágenes más repetidas.
Hoy, entre otras cosas, se inaugurará su mausoleo en Santa Cruz; es lo que los antiguos llamaban una apoteosis: el momento en que un hombre era ascendido a dios -o esa versión moderna del dios que convinimos en llamar mito: los Grandes Muertos Siempre Vivos. Los mitos suelen ser una construcción lenta, un efecto de años y de muchos; aquí, ahora, el contrasentido de un mito instántaneo creado por el poder se desarrolla ante nosotros. Es curioso -un privilegio raro- ver cómo se arma un mito: con qué herramientas, recursos, firuletes. Por supuesto hay, para empezar, un relato totalmente sesgado de la vida de un hombre que, como todos, hizo cosas muy dispares -pero la historia mitificadora elude su apoyo a ciertos militares de la Dictadura, su largo rechazo a los defensores de los derechos humanos, su relación con Carlos Menem, su participación en la entrega de los recursos nacionales, sus negocios turbios. El mito se alimenta de otros ritos: su nombre se ha vuelto el nombre de i nnumerables cosas pero su viuda nunca lo pronuncia; todo lo nombra menos ella, que lo nombra sin nombres, como si no necesitara nombres, como si todos los nombres lo nombraran: sigue diciendo Él, como quien nombra a aquel dios innombrable y vengativo de la Biblia.
El mito se alimenta de esos ritos, y los ritos no paran, no pueden parar si quieren cumplir su cometido. Hoy los habrá por toda la Argentina, de todas formas y colores, con más y menos contenido, con menos y más magia. Ninguno, quizá, tan prístino como el de la señora Bonafini, que lidera desde hace treinta años a las Madres de Plaza de Mayo y esta tarde conducirá una radio abierta para “hablar con él”. “Se cumple un año del día en que Néstor, sin avisarnos, se mudó a otro planeta. Pero aunque no nos avisó, porque se fue de golpe, nos dejó un legado increíble de enseñanzas políticas”, dice su comunicado. Por eso, dice, hoy “hablaremos con él y le agradeceremos todo lo que nos dio”.
El diálogo recién está empezando -y dirá tanto sobre la Argentina.

PD: hoy estuve escuchando mucha radio sobre el aniversario de la Muerte, y entendí algo más de mi incomodidad con la construcción del personaje heroico: fue por la cantidad de veces que oí decir que “gracias a Néstor tal, gracias a Néstor cual”, que se hace inversamente proporcional a la cantidad de veces que se dirá que “gracias a los argentinos, gracias al pueblo, gracias a tales o cuales militantes”.
Es la utilidad del jefe: cuanto más espacio ocupa el líder, menos queda para sus seguidores. Entonces hoy todos hablan de cómo “gracias a Néstor se juzgó a los represores de la Esma”; no dicen que fue porque miles y miles de personas se pasaron años en la calle y estallaron en 2001 y obligaron a ciertos políticos menemistas a tomar en cuenta reclamos que nunca habían atendido; no, es “gracias a Néstor”. Para eso sirven las estatuas.

pamplinas

lunes, 17 de octubre de 2011

Hessel y el frutero de Túnez









El fenómeno de los Indignados Globales. Democratizar la corrupción del capitalismo.

escribe Carolina Mantegari





Los españoles suelen ser ilimitadamente competitivos. Hasta para las desgracias.
Para la prensa vanguardista de España (El País), los modernos indignados nacieron, como fenómeno, en Madrid (es falso).
Consecuencias de las indignaciones masivas del verano. Sensibles perdedores que se contuvieron en la Puerta del Sol. Desde donde se multiplicaron, en la teoría, hacia el universo. Con la coronación de cientos de marchas simultáneas, en noventa ciudades. Unificados por la rebeldía anárquica que aún nadie, en definitiva, supo explicar. Ni definir (tampoco es la intención del presente texto).
Abunda, sí, el conglomerado de banalidades usuales. Lugares comunes que aluden a la “insatisfacción social”. Al cansancio colectivo por “las frustraciones acumuladas”. Falta de “perspectivas laborales”. Reflexiones de profesionales, en la obligación de brindar respuestas.

Hessel y Bouazizi
Sin desdeñar el espíritu festivo de los piqueteros españoles, para tratar el fenómeno de los indignados, con algún rigor, hay que trasladarse -según nuestra evaluación- primero a Francia. Y luego a Túnez. Por la coincidencia de un librito de Hessel, y la posterior inmolación del frutero.
El librito, “¡Indignez-vous!”, es un folletín de 30 páginas. Best seller prescindible, inteligentemente panfletario. Se vendía como las croissants. A 3 euros.
Receta de auto ayuda para canalizar la rebeldía moral. Escrito por Stéphane Hessel, un Emile Zola de la estación.
Alemán, oriundo de Berlín, naturalizado francés, judío y de 93 años. Hessel suele traficar con la venerable condición de haber participado de “la Resistencia”.
Para colmo, Hessel es también filósofo. Y hasta mereció la Legión de Honor. Le colgaron, con solemnidad, la distinguida “bijouterie” (al decir de Abelardo Ramos, el pensador que se extraña).
El nonagenario Hessel supo explotar el pesimismo tradicionalmente existencial de los franceses. Deprimidos, en general, porque envejecieron mal. Con suficientes ínfulas para transmitir su dolor personal hacia el semejante.
“¡Indignez vous!”, “Indígnese”. Anótese en la onda reconfortante. La convocatoria literaria superó el millón de ejemplares. Hasta llegó, traducida, a la Argentina, pero sin gran suerte. La mercadería correteada (la indignación) sobra en nuestros pagos.
Sobran, también, los indignantes que las motivaron.
El folletín, exitosamente insignificante, de Hessel, apareció en diciembre del 2010. Ideal para los regalos baratos de las fiestas de Noel y del Bonne Anné.
“¡Indignez-vous!” antecedió, en un mes, a las protestas derivadas de la inmolación conmovedora de Mohamed Bouazizi. Es el frutero de 26 años de Sidi Bouzid, un poblado del interior de Túnez.
El 4 de enero del 2011, el desdichado Bouazizi decidió hacer, de su cuerpo, una antorcha.
Conste que el presidente Ben Alí sospechaba que podía transformarse en la verdadera víctima del fuego. El Dictador se precipitó -al mejor estilo Scioli- en fotografiarse al costado del lecho de Mohamed. Pero el frutero tenía vendas hasta en la mirada.
Con su muerte, Bouazizi emerge como el origen del estremecimiento social que románticamente iba a llamarse la “primavera árabe”.
Laberinto cultural -la primavera árabe- del que se desconoce cómo demonios se va a salir. De manera -digamos- presentable. Sin la presencia de los tiranos para derrocar, al costo eventual de miles de muertos anónimos. Y sin la carnicería étnica, infortunadamente confesional, de los movilizados por las venganzas ancestrales. Por los odios infinitos, derivados de las distintas interpretaciones del misterio religioso.
Atañen a las tres corporaciones poderosamente monoteístas. El Islam, el Cristianismo y el Judaísmo.
Derrocado Hosni Moubarak, en Egipto, se presenta el riesgo de la indefensión de los coptos. Los cristianos que se sentían -cuesta admitirlo- más protegidos con la corrupción, estructuralmente represiva, de Moubarak. Preferencia por lo malo conocido.
Del mismo modo, los cristianos ortodoxos de Siria se sienten, aún, más amparados con la hegemonía del carnicero Bashar. Curtido por el refinamiento occidental, Bashar jamás vacila cuando tiene que “enfriar”, para siempre, a sus indignados.
Pertenece (Bashar) a la minoritaria secta alawita. Aliada natural del chiismo, con terminales en el persa Irán. Aún aguardan la llegada del Profeta Alí.
El alawita concentra el rencor -y sobre todo las postergaciones- de los mayoritarios sunnitas. Internas violentas, por la herencia interpretativa de Mahoma.
Sin embargo, como complemento, y a pesar de la sumisión al Señor, se encuentran millones de árabes mayoritariamente interesados en la evolución intelectual. Generacionalmente hartos de las intransigencias de las religiones. Capitalizados, aparte, por la tenencia de información. Por la existencia de otros códigos cercanos de comportamiento. La legitimidad cultural no procede, exclusivamente, de la facilidad comunicacional que brindan las redes sociales. El tema, infortunadamente, es más complejo. Son seres descartados por la historia contemporánea, que aspiran al privilegio de participar de una verdadera democracia. Aunque derive en otro desastre. Con el atributo de ejercitar la utopía de la libertad individual.
El frutero de Túnez, Mohamed Bouazizi, puso el cuerpo para las llamas. Y generar las protestas. Y Stéphane Hessel, desde París, puso la letra. Para sostener las argumentaciones iniciales. Precarias.
El resto lo puso el contagio occidental. Por la caudalosa indignación, ante el colapso de sus sistemas de integración.
El fracaso, al fin y al cabo, resultó infinitamente más internacional que la revolución alucinada por Carlos Marx, el utopista financiado por Federico Engels. Ambos inspiraron a los íconos revolucionarios, Ulianov Lenin y Liov Davidovich Bronstein, Trotsky. Hasta que Pepe Stalin supo aplicar la penicilina pragmática del socialismo real. Campitos de reeducación que Hitler iba a perfeccionar. Para su propia carnicería. Con el Zyklon B, el detergente con base de cianuro, eficaz para asesinar indefensos sin el derecho, por entonces, para indignarse.

Socializar la corrupción
Los indignados de Occidente, ciertamente indignan. Mantienen en común, con la primavera árabe, distintos niveles del fracaso colectivo.
En su magnífica perversión, el capitalismo instaló la ilusión cercana del bienestar. La zanahoria de la consagración individual. La obsesión del consumo, junto a la necesidad de hacer consumir al semejante.
El fenómeno, en algunos países, estuvo atenuado por la racionalidad. Alemania, acaso, o los países escandinavos. En otros, como España, Grecia, Estados Unidos o Italia, se registraron epílogos emotivamente grotescos. Con la proyección social de los insolventes, no necesariamente idiotas, que trataban, con desdén, a los indocumentados. Degradaban a los inmigrantes que emergían desde las barcazas despreciables, con la iniciativa invalorable de la desesperación. Pero se suponían en condiciones de aspirar al trámite burocrático de lograr una segunda casa, aún sin haber terminado de pagar la primera. Supieron aprovechar la burbuja integradora de las finanzas patológicas. Para sentirse superiores, en un mundo colmado de miserables que se ufanaban, explicablemente, por imitarlos.
Se sentían, en su ingenuidad, seguros. Por disponer de las garantías del pasaporte comunitario. O el blindaje norteamericano. Y un empleo básico. Ficciones atmosféricas que los habilitaban a internarse en las prestaciones mensualmente inagotables. El artificio podía mantenerse, apenas, si la ilusión era eterna.
Al romperse, estallaron los bancos y la fe. El generalizado “sistema Fonzi” del capitalismo comenzó a desmembrarse. Junto a la caída de la confianza, cayó la sobrevaloración. Creció, por lo tanto, la decepción de lo real. No eran ricos un pepino, y estaban, de repente, afuera del progreso. La tentación de la facilidad los incitaba a indignarse en las plazas, convertidas en lugares de comunicación social, donde se podía insultar gratis, a canilla libre, a los banqueros, a los políticos, al “injusto orden mundial”. Mientras resuenan los deseos de toparse con una nueva revolución. Imaginaria. Que derive en la víspera de otra frustración.
Los indignados de occidente indignan. Ansían el regreso triunfal de aquella fantasía. Protestan contra los bancos, y contra la corrupción porque, en el fondo, no los contiene.
El desafío revolucionario de la hora consiste en socializar la corrupción. Democratizarla. Formar parte, colectivamente, de ella. Participar, para calmarse, del beneficio integrador. Sin quedarse afuera, en adelante, nunca más.

Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.Com
Permitida la reproducción sin citación de fuente.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Qué fantástica esta fiesta










Por:





Es hoy: desde hace siglos que el día es hoy pero ha cambiado, como todo, de nombre y de sentidos. Ya casi nadie habla de Día de la Raza: queda raro. En España dicen Fiesta Nacional –por antonomasia– y no tratan de explicar por qué no eligieron, como la mayoría de los países, un día de liberación sino uno de conquista. Otros se han puesto, últimamente, del lado del oxímoron: recuerdan el 12 de octubre por lo contrario de lo que pasó, y dicen que es el Día del Respeto a la Diversidad Cultural –Argentina–, del Descubrimiento de Dos Mundos –Chile–, de la Resistencia Indígena –Venezuela– y así de seguido.

En cualquier caso, hoy todos feriamos y festejamos sin saber del todo qué: la llegada, parece, de aquellos –casi– hispanos que durante siglos fueron presentados como una bendición hasta que las nuevas historias oficiales los convirtieron en el principio de un desastre.
El cambio de discurso fue gradual, pero terminó de consagrarse hace veinte años, cuando un dizque rey de España –que ya era este señor– fue a Oaxaca a saludar indígenas. Alguna vez vamos a hablar del rey de España, esa expresión extrema de la incapacidad para abstraer que ciertas culturas enarbolan. Por ahora hablamos de otros arcaísmos.
Como, por ejemplo, la relación de los biempensantes latinoamericanos con sus indios. Los llaman, en esta etapa de la culpa, pueblos originarios, que es lo mismo que decir aborígenes pero con un curso menos de latín. Los llaman pueblos originarios, como si hubieran crecido en las ramas de un ombú –o como si la historia no existiera.
Todos llegamos, alguna vez, a América. Los que ahora son originarios llegaron hace quién sabe quince, diez mil años. Y desde entonces fueron cambiando de lugares y poderes: un pueblo ocupaba un espacio, después otro lo sacaba de allí o lo sometía y después otro –como sucede en todas partes, penosamente, siempre. Pero la historia oficial biempensante arma una especie de cuadro ahistórico, idílico, estático en que, alrededor del año 1500, había pueblos originarios casi felices y muy legítimos y consustanciados con sus territorios, y llegaron unos señores malos y pálidos que los corrieron a gorrazos.
Los corrieron, en efecto, y eran malos, pero no más que los que los corrían cada tanto. Cortés y Pizarro pudieron invadir porque se aliaron a las víctimas de los aztecas y los incas, que preferían cualquier cosa antes que ser comidos –por los unos– o esclavizados –por los otros. Eran, sí, de color más clarito y venían de más lejos; seguramente algún esclarecido podrá explicar cuántos grados de diferencia de tono epidérmico, cuántos kilómetros de distancia separan a un invasor legitimado de uno ilegítimo. Con lo cual no pretendo justificar la invasión española, avalancha de dioses y saqueos; sólo decir que sus víctimas habían hecho lo mismo con otras víctimas unas décadas, un par de siglos antes.
En Argentina, donde todo es más reciente, está muy claro: los mapuches que ahora penan en el sur andino entraron desde Chile a fines del siglo XVIII, y echaron a sus ocupantes anteriores, los tehuelches; entre 1830 y 1875, el coronel neokirchnerista Juan Manuel de Rosas y el general viejoliberal Julio Argentino Roca se lo hicieron a ellos. Pero nada de eso importa mucho en la imagen congelada. La causa de los pueblos originarios se ha convertido en uno de esos lugares comunes que, de tan comunes, eluden cualquier tipo de debate.
El indigenismo, decía uno, es una enfermedad infantil del nacionalismo –y el otro le contestaba que el indigenismo es la versión social del pensamiento ecololó. En una sociedad que está hecha de mezclas, que debe seguir mezclándose para reinventarse, progres claman por la tradición, la pureza, la "autenticidad" de los originarios. Es esa idea conservadora de detener la evolución en un punto pasado: esa idea que cierta izquierda comparte tan bien con la derecha, aunque la apliquen a objetos diferentes.
Los progres defienden encarnizados los derechos de los aborígenes a seguir viviendo igual que sus tatarabuelos. ¿Por qué se empeñan en suponer que hay sociedades “tradicionales” que deberían conservar para siempre su forma de vida, y que lo “progresista” consiste en ayudarlos a que sigan viviendo como sus ancestros? ¿Porque ellos mismos siguen usando miriñaques y polainas, casándose con vírgenes o vírgenes, viajando a caballo con su sable en la mano, escribiendo palabras como éstas con la pluma de un ganso, reverenciando al rey, iluminándose con el quinqué que porta, temeroso, aquel negrito esclavo?
Y, sobre todo, les da mucha culpa lo que hicieron sus ancestros. Aborígenes suelen ser explotados; tanto como muchos descendientes de gallegos, rusos, sicilianos. Pero, culpa mediante, los biempensantes suponen a los originarios más derechos que a cualquier otro desposeído. Si yo fuera pobre y argentino intentaría ser originario. Los pueblos originarios son una especie protegida: tienen apoyos internacionales, oenegés, programas especiales, buena prensa automática, mientras millones de pobres no tienen casi nada. No digo que los “originarios” no tengan tanto derecho como cualquiera a una vida digna; sí digo que tienen tanto derecho como cualquiera a una vida digna y que, en el triste sistema clientelar en el que viven millones de argentinos, ser aborigen ofrece privilegios particulares producidos por esa mezcla de culpa y corrección política que se conmueve fácil con las historias atroces de la Conquista mientras olvida la marginación cotidiana, constante, de esos muchos millones de cualquieras sin pureza de sangre, misturados, tan poco originales.

viernes, 7 de octubre de 2011

“Tienen que encontrar eso que aman”








Discurso que Steve Jobs, CEO de Apple Computer y de Pixar Animation Studios, dictó el 12 de Junio de 2005 en la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford.






Me siento honrado de estar con ustedes hoy en su ceremonia de graduación en una de las mejores universidades del mundo. Yo nunca me gradué de una universidad. La verdad sea dicha, esto es lo más cerca que he estado de una graduación. Hoy deseo contarles tres historias de mi vida. Eso es. No es gran cosa.
Sólo tres historias.
La primera historia se trata de conectar los puntos
Me retiré del Reed College después de los primeros 6 meses y seguí yendo de modo intermitente otros 18 meses o más antes de renunciar de verdad. Entonces ¿por qué me retiré?.
Comenzó antes de que yo naciera. Mi madre biológica era joven, estudiante de universidad graduada, soltera, y decidió darme en adopción. Ella creía firmemente que debía ser adoptado por estudiantes graduados. Por lo tanto, todo estaba arreglado para que apenas naciera fuera adoptado por un abogado y su esposa; salvo que cuando nací, decidieron en el último minuto que en realidad deseaban una niña. De ese modo, mis padres que estaban en lista de espera, recibieron una llamada en medio de la noche preguntándoles: “Tenemos un niño no deseado; ¿lo quieren?”. Ellos dijeron “Por supuesto”.
Posteriormente, mi madre biológica se enteró que mi madre nunca se había graduado de una universidad y que mi padre nunca se había graduado de la enseñanza media. Se negó a firmar los papeles de adopción definitivos. Sólo cambió de parecer unos meses más tarde cuando mis padres prometieron que algún día yo iría a la universidad.
Luego a los 17 años fui a la universidad. Sin embargo, ingenuamente elegí una universidad casi tan cara como Stanford y todos los ahorros de mis padres de clase obrera fueron gastados en mí matrícula. Después de 6 meses yo no era capaz de apreciar el valor de lo anterior. No tenía idea de lo que quería hacer con mi vida y no tenía idea de la manera en que la universidad me iba a ayudar a deducirlo. Y aquí estaba yo, gastando todo el dinero que mis padres habían ahorrado durante toda su vida. Así que decidí retirarme y confiar en que todo iba a resultar bien. Fue bastante aterrador en ese momento, pero mirando hacia atrás fue una de las mejores decisiones que tomé. Apenas me retiré, pude dejar de asistir a las clases obligatorias que no me interesaban y comencé a asistir irregularmente a las que se veían interesantes.
No todo fue romántico. No tenía dormitorio, dormía en el piso de los dormitorios de amigos, llevaba botellas de Coca Cola a los depósitos de 5 centavos para comprar comida y caminaba 11 kilómetros, cruzando la ciudad todos los domingos en la noche para conseguir una buena comida a la semana en el templo Hare Krishna. Me encantaba. La mayor parte de las cosas con que tropecé siguiendo mi curiosidad e intuición resultaron ser inestimables posteriormente. Les doy un ejemplo: en ese tiempo Reed College ofrecía quizás la mejor instrucción en caligrafía del país. Todos los afiches, todas las etiquetas de todos los cajones estaban bellamente escritos en caligrafía a mano en todo el campus. Debido a que me había retirado y no tenía que asistir a las clases normales, decidí tomar una clase de caligrafía para aprender. Aprendí de los tipos serif y san serif, de la variación de la cantidad de espacio entre las distintas combinaciones de letras, de lo que hace que la gran tipografía sea lo que es. Fue hermoso, histórico, artísticamente sutil de una manera en que la ciencia no logra capturar, y lo encontré fascinante.
Nada de esto tenía incluso una esperanza de aplicación práctica en mi vida. No obstante, diez años después, cuando estaba diseñando la primera computadora Macintosh, todo tuvo sentido para mí. Y todo lo diseñamos en la Mac. Fue la primera computadora con una bella tipografía. Si nunca hubiera asistido a ese único curso en la universidad, la Mac nunca habría tenido tipos múltiples o fuentes proporcionalmente espaciadas. Además, puesto que Windows sólo copió la Mac, es probable que ninguna computadora personal la tendría. Si nunca me hubiera retirado, nunca habría asistido a esa clase de caligrafía, y las computadoras personales no tendrían la maravillosa tipografía que tienen. Por supuesto era imposible conectar los puntos mirando hacia el futuro cuando estaba en la universidad. Sin embargo, fue muy, muy claro mirando hacia el pasado diez años después.
Reitero, no pueden conectar los puntos mirando hacia el futuro; solamente pueden conectarlos mirando hacia el pasado. Por lo tanto, tienen que confiar en que los puntos de alguna manera se conectarán en su futuro. Tienen que confiar en algo – su instinto, su destino, su vida, su karma, lo que sea. Esta perspectiva nunca me ha decepcionado, y ha hecho la diferencia en mi vida.
La segunda historia es sobre amor y pérdida
Yo fui afortunado – descubrí lo que amaba hacer temprano en la vida. Woz y yo comenzamos Apple en el garage de mis padres cuando tenía 20 años. Trabajamos duro y en 10 años Apple había crecido a partir de nosotros dos en un garage, transformándose en una compañía de US$2 mil millones con más de 4.000 empleados. Recién habíamos presentado nuestra más grandiosa creación – la Macintosh – un año antes y yo recién había cumplido los 30. Y luego me despidieron. ¿Cómo te pueden despedir de una compañía que
comenzaste? Bien, debido al crecimiento de Apple contratamos a alguien que pensé que era muy talentoso para dirigir la compañía conmigo, los primeros años las cosas marcharon bien. Sin embargo, nuestras visiones del futuro empezaron a desviarse y finalmente tuvimos un tropiezo. Cuando ocurrió, la Junta del Directorio lo respaldó a él. De ese modo a los 30 años estaba afuera. Y muy publicitadamente fuera. Había desaparecido aquello que había sido el centro de toda mi vida adulta, fue devastador.
Por unos cuantos meses, realmente no supe qué hacer. Sentía que había decepcionado a la generación anterior de empresarios – que había dejado caer el testimonio cuando me lo estaban pasando. Me encontré con David Packard y Bob Noyce e intenté disculparme por haberlo echado a perder tan estrepitosamente. Fue un absoluto fracaso público e incluso pensaba en alejarme del valle. No obstante, lentamente comencé a entender algo – Yo todavía amaba lo que hacía. El revés ocurrido con Apple no había cambiado eso ni un
milímetro. Había sido rechazado, pero seguía enamorado. Y así decidí comenzar de nuevo.
En ese entonces no lo entendí, pero sucedió que ser despedido de Apple fue lo mejor que podía haberme pasado. La pesadez de ser exitoso fue reemplazada por la liviandad de ser un principiante otra vez, menos seguro de todo. Me liberó para entrar en uno de las etapas más creativas de mi vida. Durante los siguientes cinco años, comencé una compañía llamada NeXT, otra compañía llamada Pixar, y me enamoré de una asombrosa mujer que se convirtió en mi esposa. Pixar continuó y creó la primera película en el mundo animada por computadora, Toy Story, y ahora es el estudio de animación más exitoso a nivel mundial. En un notable giro de los hechos, Apple compró NeXT, regresé a Apple y la tecnología que desarrollamos en NeXT constituye el corazón del actual renacimiento de Apple. Además, con Laurene tenemos una maravillosa familia. Estoy muy seguro de que nada de esto habría sucedido si no me hubiesen despedido de Apple. Fue una amarga medicina, pero creo que el paciente la necesitaba. En ocasiones la vida te golpea con un ladrillo en la cabeza. No pierdan la fe. Estoy convencido que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tienen que encontrar eso que aman. Y eso es tan válido para su trabajo como para sus amores. Su trabajo va a llenar gran parte de sus vidas y la única manera de sentirse realmente satisfecho es hacer aquello que creen es un gran trabajo. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amando lo que hacen. Si todavía no lo han encontrado, sigan buscando. No se detengan. Al igual que con los asuntos del corazón, sabrán cuando lo encuentren. Y al igual que cualquier relación importante, mejora con el paso de los años. Así que sigan buscando hasta que lo encuentren. No se detengan.
La tercera historia es sobre la muerte
Cuando tenía 17 años, leí una cita que decía algo parecido a “Si vives cada día como si fuera el último, es muy probable que algún día hagas lo correcto”. A mí me impresionó y desde entonces, durante los últimos 33 años, me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: “Si hoy fuera en último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy?” Y cada vez que la respuesta ha sido “No” por varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo.
Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a decidir las grandes elecciones de mi vida. Porque casi todo – todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso – todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando solamente aquello que es realmente importante. Recordar que van a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienen algo que perder. Ya están desnudos. No hay ninguna razón para no seguir a su corazón.
Casi un año atrás me diagnosticaron cáncer. Me hicieron un scanner a las 7:30 de la mañana y claramente mostraba un tumor en el páncreas. Yo ni sabía lo que era el páncreas. Los doctores me dijeron que era muy probable que fuera un tipo de cáncer incurable y que mis expectativas de vida no superarían los tres a seis meses. Mi doctor me aconsejó irme a casa y arreglar mis asuntos, que es el código médico para prepararte para la muerte.
Significa intentar decirle a tus hijos todo lo que pensabas decirles en los próximos 10 años, decirlo en unos pocos meses. Significa asegurarte que todo esté finiquitado de modo que sea lo más sencillo posible para tu familia. Significa despedirte.
Viví con ese diagnóstico todo el día. Luego al atardecer me hicieron una biopsia en que introdujeron un endoscopio por mi garganta, a través del estómago y mis intestinos, pincharon con una aguja mi páncreas y extrajeron unas pocas células del tumor. Estaba sedado, pero mi esposa, que estaba allí, me contó que cuando examinaron las células en el microscopio, los doctores empezaron a llorar porque descubrieron que era una forma muy rara de cáncer pancreático, curable con cirugía. Me operaron y ahora estoy bien.
Fue lo más cercano que he estado a la muerte y espero que sea lo más cercano por unas cuantas décadas más. Al haber vivido esa experiencia, puedo contarla con un poco más de certeza que cuando la muerte era un útil pero puramente intelectual concepto:
Nadie quiere morir. Incluso la gente que quiere ir al cielo, no quiere morir para llegar allá. La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y es como debe ser porque la Muerte es muy probable que sea la mejor invención de la Vida. Es el agente de cambio de la Vida. Elimina lo viejo para dejar paso a lo nuevo. Ahora mismo, ustedes son lo nuevo, pero algún día, no muy lejano, gradualmente ustedes serán viejos y serán eliminados. Lamento ser tan trágico, pero es muy cierto.
Su tiempo tiene límite, así que no lo pierdan viviendo la vida de otra persona. No se dejen atrapar por dogmas – es decir, vivir con los resultados del pensamiento de otras personas. No permitan que el ruido de las opiniones ajenas silencien su propia voz interior. Y más importante todavía, tengan el valor de seguir su corazón e intuición, que de alguna manera ya saben lo que realmente quieren llegar a ser. Todo lo demás es secundario.
Cuando era joven, había una asombrosa publicación llamada The Whole Earth Catalog, que era una de las biblias de mi generación. Fue creada por un tipo llamado Steward Brand no muy lejos de aquí en Menlo Park, y la creó con un toque poético. Fue a fines de los 60, antes de las computadoras personales y de la edición mediante microcomputadoras, por lo tanto, en su totalidad estaba editada usando máquinas de escribir, tijeras y cámaras polaroid. Era un tipo de Google en formato de edición económica, 35 años antes de que apareciera Google: era idealista y rebosante de hermosas herramientas y grandes conceptos.
Steward y su equipo publicaron varias ediciones del The Whole Earth Catalog, y luego cuando seguía su curso normal, publicaron la última edición. Fue a mediados de los 70 y yo tenía la edad de ustedes. En la tapa trasera de la última edición, había una fotografía de una carretera en el campo temprano en la mañana, similar a una en que estarían haciendo dedo si fueran así de aventureros. Debajo de la foto decía: “Manténganse hambrientos. Manténganse descabellados”. Fue su mensaje de despedida al finalizar. Manténganse hambrientos. Manténganse descabellados. Siempre he deseado eso para mí. Y ahora, cuando se gradúan para empezar de nuevo, es lo que deseo para ustedes.
Permanezcan hambrientos. Permanezcan descabellados.

Muchas gracias.