jueves, 7 de enero de 2010

Arlt: la furia, la ira, la rebeldía
















Por Abel Posse




Arlt protagonizó varias escaramuzas contra la tilinguería de la crítica argentina de su época: fue acusado de escribir mal, de ser grosero o exagerado. Hoy son pocos los que insisten en estas tonterías que inclinaron a ciertos plumíferos de aquellos tiempos a silenciar su obra. A Tolstoi y a Proust también los acusaron de escribir mal. Los que incriminan son los eternos gramáticos, esos que ante la Catedral de Chartres sólo hablan de una piedra sucia y rota que encontraron en el arbotante. Son los eternos enanos que descubren el sol naciente a mediodía.



Aun así, peores que sus detractores han sido quienes adoptaron una posición de comprensión paternalista y lo elogiaron lamentando sus exageraciones. Esa gente de módico buen sentido estético olvidaba que el arte no debe temer lo exagerado –como pensaba Flaubert–, siempre que la exageración fuese continua y proporcional a sí misma. Arlt cumple con esta curiosa indicación flaubertiana: en la angustia, en el amor, en la humillación y en el odio sus personajes son parejamente rabelesianos. También son desmesurados los personajes de Los demonios, de Dostoievski, o el callado sistema de imposibilidad de la obra kafkiana.



El lenguaje de Arlt ha sido criticado por la inexactitud, el uso de arcaísmos o de desafortunados neologismos. Pero en él las palabras defectuosas se pierden en la cautivante fuerza de un estilo propio, de un aparato narrativo que responde rigurosamente a sus necesidades como creador. Esto es lo importante. Y ahora que muchos también quieren incluir al lenguaje como personaje de la obra literaria, habría que reconocer con justicia que el lenguaje de Arlt fue el octavo loco de la banda. Sin ese idioma ansioso, deforme, dúctil hasta la contradicción, los otros siete se habrían desvanecido en una niebla gris, insignificante.



Pocos escritores alcanzaron en nuestro medio un decir desinhibido y liberado que los capacitara para expresar con amplitud el panorama interior del hombre y sus circunstancias. La furia, la ira y la rebeldía fueron los pilares en los que Arlt encontró apoyo para su gran embestida. Fueron su adicción.



Se hizo fuerte en la plaza sitiada de los rebeldes de su tiempo y desde allí proyectó una monstruosa y destructiva visión de la vida degradada que a él le tocaba poner a prueba en ese Buenos Aires de los años veinte. La conciencia de la degradación es uno de los temas de nuestro tiempo; lo interesante es que Arlt se adelantó casi diez años a autores como Louis Ferdinand Céline y Jean-Paul Sartre. Erdosain, el gran personaje arltiano, es pariente directo del protagonista de El viaje al fin de la noche y del de La náusea. El tiempo nos demuestra que Erdosain es tal vez uno de los más intensos y logrados personajes representativos de la conciencia desgarrada de nuestro tiempo y de la angustia existencial, no sólo en nuestras letras sino en las de todo el Occidente literario.



Esa curiosa fauna paraliteraria que agredió a Arlt, hasta el punto de que en el prólogo (ya célebre) de Los lanzallamas se propone no enviar más sus libros a las secciones críticas, ahora realiza una sutilísima, y seguramente inocente, ofensiva para enturbiar la relación del creador con su público: pretende haber interpretado y etiquetado su obra; en consecuencia, ahora, corren lugares comunes desde puntos de vista sociológico, psicoanalítico y político, totalmente inadmisibles.



Los intentos de "secuestro" padecidos por Arlt fueron varios. El más memorable fue el de los comunistas de su época: lograron afiliarlo unos meses y hasta consiguieron que se retractara en una polémica con el secretario general Rodolfo Ghioldi. Lo que no lograron fue afiliar su obra, y esto lo reconoce con honestidad Raúl Larra en su memorable Roberto Arlt el Torturado. Intentar hacerlo fue como querer esconder un elefante en un ropero.



Desde su sensibilidad prodigiosa, Arlt descubrió que el capitalismo y el comunismo construían, por igual, una sola Maquinaria: la sociedad de consumo, la tecnología anonadante. Esa Maquinaria devoraba tanto las buenas intenciones del humanismo burgués como la justicia socialista. Creaba un hombre vaciado, usado, degradado, que lejos de ser un señor de las cosas que creó, solamente es un oscuro sirviente a sueldo.



Arlt, como todo creador, desde Nietzsche hasta Lenin, vivió hasta las últimas consecuencias el compromiso con su verdad y prefirió quedarse solo con sus dudas, en este tiempo de desierto, a subirse en el cómodo ómnibus de las verdades masticadas por otros.



De aquí, entonces, la gran actualidad de su crítica y de su obra, su tema sigue siendo el nuestro, el de todos los días. Su conciencia de la degradación, personificada por Erdosain, es más vigente que nunca. Mucho se equivocan quienes pretenden situarlo como un cronista de una época o como un escritor social (él mismo negó expresamente ese malentendido). Además de los pobres, por sobre todas las cosas, le interesaban los pobres hombres de nuestra época.



Su rebeldía estuvo dedicada a denunciar la explotación materialista tanto como a desenmascarar la degradación del hombre de la sociedad cosificada (del Este y del Oeste). Un análisis minucioso del capítulo "El discurso del Astrólogo" de Los siete locos aclararía muchos aspectos de su cosmovisión. Es un texto ambiguo, construido en tono farsesco, donde las verdades y los disparates se tratan elusivamente. Recuerda a El gran inquisidor, de Dostoievski, no por el contenido y la profundidad, sino por el significado oscuro y por ser una neblinosa clave que juega en relación con toda la obra. El Astrólogo explica a Erdosain y otros miembros de la secta el sentido de la conspiración y el "modelo" del Estado teocrático que piensan crear con el apoyo económico proveniente de los prostíbulos que establecerá el Rufián Melancólico, un experto. Vista la farsa a contraluz, aparece el tema de la huida de los dioses y la necesidad de un retorno religioso "válido" que sustituya a las religiones muertas y devuelva el soplo divino a esa condición humana que, a la vuelta de los siglos, sólo vino a dar en una imagen mediocre y desdichada del hombre. "Es necesario, compréndanme, es absolutamente necesario, que una religión sombría y enorme vuelva a inflamar el corazón de la humanidad", dice el Astrólogo. "La felicidad está en quiebra porque el hombre carece de dioses y de fe."



Presumiblemente, estos atisbos impidieron que Arlt creyese solamente en la redención económica de nuestra humanidad, paso que consideraba imprescindible. Su toma de conciencia de la situación del hombre actual excedía el optimismo fácil de mucha gente de su época y le impidió concluir su obra con un happy end, ya fuera marxista, u occidental y cristiano. Mucho antes de alcanzar los progresos que llevarían a la bomba atómica, Arlt cultivaba una sólida creencia apocalíptica. Pensaba que el hombre podía autodestruirse con la tecnología. Esta convicción, que ensombrece no sólo sus páginas sino también su vida personal, merece un estudio serio. (Ya que los secuestros son, en su caso, inevitables, sería bueno que alguna vez les tocara el turno a los teólogos, por lo menos, se equilibraría la balanza.)



Antes de suicidarse, Erdosain (que también fue asesino) exclama: "¡Yo te amo, Vida, a pesar de lo que te afearon los hombres!" Creo que esta frase es una síntesis del espíritu realmente constructivo de Arlt. La insurrección es la respuesta justa ante la ruindad de la condición humana. La única aventura consiste en salvar metafísicamente a ese hombre gris vaciado, cosificado por las sociedades materialistas que el Astrólogo describe "moviéndose en los subterráneos de las gigantescas ciudades y aullando a las paredes de cemento: «¿Qué han hecho de nuestro dios?".



En esta causa justa se enroló Arlt con toda la rebeldía de donde nacieron su estilo y su conocimiento. Como Nietzsche, como Rimbaud, parece más actual ahora que en su tiempo. Hay que exigir a esos carceleros que pretenden encerrarlo en el Panteón de razones envejecidas que lo dejen correr libre en la conciencia de sus lectores.

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