jueves, 17 de marzo de 2011

Mario y las mujeres








Por Javier Rioyo



Amores eternos, primeros amores.

Su mujer más duradera, también la más constante, esquiva, temida, siempre amada con pasión es la literatura. El gran amor de su vida. Su orgía más duradera. Amante a la que siempre regresa. Un matrimonio que nunca se romperá. Una relación que ha conocido crisis, infidelidades, relaciones adúlteras, tentaciones de fugas y celos. Una pareja de hecho unida por una verdad que se construye con los materiales de las mentiras. Mario Vargas Llosa o la pasión por la escritura. Lo que nunca muere Y a su lado, el otro Mario, el hombre que ama a las mujeres. A unas cuántas mujeres reales. A otras verdaderas que nunca conoció, que amó desde la sinceridad de la ficción
El niño Mario nació en Arequipa entre mimos y caricias de mujeres. El padre no apareció hasta que estaba a punto de ser adolescente y siempre tuvieron una relación difícil, distante, con más desconfianzas que ternuras. El mundo de Mario, el feliz mundo en Piura, con su madre, las mujeres de la familia y los abuelos se rompió con la llegada del padre. Cambios de casa, de prostibulario barrio limeño a nuevos barrios y escapadas para ver a las chicas de Miraflores. El barrio de sus tíos, el de sus primeros bailes, sus primeros amores, sus pequeñas travesuras con una niña buena llamada Elena. Un mundo que se rompe cuando ingresa en el Colegio Militar Leoncio Prado. El cadete, a su pesar, creció como otro que ya no era el adolescente enamorado. Como un joven con la necesidad de buscar amores furtivos para ser uno más en aquél mundo macho. El mundo de "La ciudad y los perros", un espacio brutal, castrense y falsamente viril.

Amores burdelescos

Entonces conoció el sexo. Primera experiencia con una prostituta brasileira del barrio de La Victoria. Después se hizo cliente asiduo de una joven "polilla"- prostituta limeña- a la que llamó Pies Dorados y a la que conocemos con su desenfado, su atracción y su vulgaridad por aparecer en "La ciudad y los perros". Míseras y duras casas de lenocinio que, sin embargo, hicieron más felices los sábados de su despedida de la adolescencia, el final de su infancia. Burdeles que eran un rito de paso, espacios que cumplían un papel social. Cuando el joven Mario consigue dejar el Colegio Militar encuentra refugio en Piura, en casa de su tío Lucho Llosa y la tía Olga- la casa dónde conoció a las dos mujeres con las que se casa, "tía" Julia, hermana de Olga y la prima Patricia, la hija pequeña de la familia- se sintió otra vez libre, feliz entre mujeres, cerca de hombres amantes de la lectura y con pasión por las aventuras. Ni así puede olvidar aquellas primeras excursiones por el mundo encanallado, marginal e injusto de la vida golfa. Experiencias de vida que alimentarán al escritor del futuro. Mario en aquél entonces era un estudiante que escribía versos, cuentos, obras teatrales y leía con fascinación compartida el verso de Santos Chocano: "Quiero vivir torrente..."
Siguió visitando burdeles. Conoció "la casa verde". Un socializado lugar de encuentro, menos sórdido y más alegre que los prostíbulos limeños. Con sinceridad, y un punto de nostalgia, dejó escrito: "Mi generación vivió el canto del cisne del burdel, enterró esa institución que iría extinguiéndose a medida que las costumbres sexuales se distendían, se descubría la píldora, pasaba a ser obsoleto el mito de la virginidad...El burdel era el templo de aquella clandestina religión, donde uno iba a oficiar un rito excitante y arriesgado, a vivir, por unas pocas horas, una vida aparte...Tal sea bueno que el sexo haya pasado a ser algo natural para el común de los mortales: Para mi nunca lo fue, no lo es. Ver a una mujer desnuda en una cama ha sido siempre la más inquietante y turbadora de las experiencias, algo que jamás hubiera tenido para mí ese carácter trascendental, merecedor de tanto respeto trémulo y tanta feliz expectativa, si el sexo no hubiera estado en mi infancia y juventud, cercado por tabúes, prohibiciones y prejuicios, si para hacer el amor con una mujer no hubiera tenido entonces tantos escollos que salvar"
Enamoradizo, soñador, lector, con alma de bohemio, visitador de cuchitriles, trasnochador y amante del amor "mercenario". Enamorado en secreto de una joven prostituta. Sus primeras mujeres no platónicas: las prostitutas. Como Buñuel, Faulkner o Sartre, Cela, García Márquez o Benet. Como... mejor no seguir la lista. Hasta la generación de Vargas Llosa, y en España un poco después, las primeras relaciones sexuales fueron con amores prostibularios. No todo fueron burdeles ni travesuras con niñas malas, antes de su volcánico primer matrimonio, conoció un amor sin pagar. Pasajero primer amor de juventud. El primer gran amor estaba a punto de llegar y sin salir de la casa familiar.

La tía Julia y el furtivo matrimonio

Se llamaba Julia Urquidi, era la hermana menor de su tía Olga. Era "la tía Julia". El era un joven escribidor de diecinueve años, doce menos que la hermosa tía, la divorciada de voz ronca y risa fuerte, la hermosa mujer madura a la que recordaba desde los años de Cochabamba. El era un niño que espiaba a los mayores en compañía de sus primas, un niño curioso que nunca olvidó a esa mujer alta, amiga de su madre, hermana de su tía, que bailaba muy animada en una fiesta familiar. Al reencontrarla le cautivó, aunque al principio se burlara de su juventud. Ella estaba recién enviudada, decepcionada de todos los que se acercaban sin demasiados romanticismos a una mujer con "experiencias". El era un joven que deseaba parecer mayor, que deseaba sacar a pasear a su "tía Julia", llevarla al cine, espantar a los moscones que perseguían a la hermosa dama y hasta que una tarde, en uno de aquellos bailes se atrevió a besar a su tía. Se enamoraron. Pero aquellos clandestinos amores, crecidos con besos en los cines de barrio, con escondidos abrazos en cafetines, paseos nocturnos por parques desiertos, por malecones o barrios lejanos, eran una locura. Julia le hizo notar lo descabellado: diferencia de edad, la familia, el futuro de un joven con trabajo precario, sus estudios, todo hacía imposible, impensable, un amor cómo aquél.
No lo veía así "el sartrecillo valiente", como le llamaban sus amigos por su arrojo y su pasión por Sartre. Insistió en de que deberían casarse, fugarse, volver con los hechos consumados, ponerse el mundo por montera porque el futuro era de los valientes. Y de los enamorados. Con la ayuda de un amigo planearon casarse con el alcalde de Chincha que era amigo. Cuando descubrieron que era menor de edad los planes se dieron al traste. No se arredraron, falsificaron su edad en dos años para evitar pedir el permiso familiar. Consiguieron un pueblo, Grocio Prado, de alcalde comprensivo y en compañía de un testigo, un cacharrero de la zona que llevó botellas de chicha para celebrar, se confirmó el matrimonio. Ya eran marido y mujer. Ahora había que volver a la realidad. La familia estaba entre sorprendida y disgustada el padre había amenazado con una pistola al tío Lucho, dispuesto a todo para anular aquél matrimonio: denunciar la falsificación del documento o acusar a Julia de "corruptora de menores". La recién casada se tuvo que ir un tiempo del entorno familiar. Pero Mario nunca consentiría dejar a su mujer, a su enamorada. El padre tuvo que transigir, se dieron un abrazo, y el recién casado prometió seguir con sus estudios y tía Julia. Matrimonio feliz durante unos años.
Vestido como un galán con bigote, más serio de lo que le correspondía, ya no quería ser "varguitas" para nadie. Trabajaba, estudiaba, escribía, sacaba tiempo para la lectura, para el amor como el más maduro y entregado de los recién casados. Los trabajos, los días, los sueños del "escribidor", el soñador con París, el enamorado y las ayudas de su mujer, toda esa historia de amor, que años después se cuenta en una de las más felices novelas del Premio Nobel: "La tía Julia y el escribidor". El autor es más que un discreto exhibicionista, y realiza un completo strip-tease invertido, pero muy real, de unos años que fueron mucho más que una pasión juvenil.
Vargas, el pasional y joven recién casado, había decidido que su vida sería la escritura. Julia le apoyaba y hacía de mecanógrafa. Llegó el iniciático viaje a París que por razones de presupuesto haría sin su enamorada. Nunca conoció a Sartre, pero pasó una tarde con Camus. Entre paseos, lecturas y cafés llegaron las primeras dudas matrimoniales. Ese viaje a ninguna parte que va de la pasión a la rutina familiar. Iniciales fisuras en forma de alguna dulce francesa llamada Geneviéve. Ternura pasajera de la que se despide una tarde, seguramente un jueves con aguacero, como mandan los ritos poéticos.
Después llegó Madrid en forma de beca. El adocenamiento universitario, el frío del franquismo, el descubrimiento de Tirante el Blanco, el caballero guerrero que quiso morir recordado por haber amado mucho, Baroja, las tascas, las novelas de Galdós y el bar frente al Retiro, "El jute", dónde comenzó a escribir "La ciudad y los perros". Y la pasión sin fisuras por ser escritor y para ello, así lo creían, así lo querían los seguidores de Hemingway, había que volver a Paris. Adiós Madrid. Adiós Perú. O por lo menos hasta luego. Volverá a Perú. Volverá a París.

El escritor y la prima Patricia

París no fue una fiesta. Tampoco un funeral. Fue trabajo, escritura, premios, confirmación de escritor, hechizo y rechazo. Y en París apareció la prima Patricia. La hija pequeña del tío Lucho, sobrina de la tía Julia, la niña rebelde que cuando pequeña lanzaba vasos de agua fría sobre su primo. Aquella que algunas veces dormía en su cuarto y que había que callar comprándola chocolates. Patricia, "el pequeño demonio de siete años disimulado en una carita de nariz respingada, ojos fulminantes y cabellos crespos". La niña mala, era ahora una adolescente divertida, atrevida y un punto coqueta. Y el primo Mario, un casado en crisis, un escritor emergente, se vuelve a enamorar por dónde solía. Cerca de casa, en familia. Lo notan sus amigos. Lo sospecha la tía Julia. Lo sabe Patricia que conoció los celos del primo Mario cuando una noche parisina la joven fumó y bailó con Julio Ramón Ribeyro, el limeño seductor y apátrida.
Mario estaba celoso y enamorado. Y Patricia dijo sí. Y mando parar. Se terminaron las fugas y el bigote. Los primos, tan parecidos en lo físico y en lo químico, se casan para segundo escándalo y sorpresa de la familia Vargas. De la familia Llosa. Ahora no hay fugas, hay imposición familiar. Hay iglesia en Lima, permiso e intervención directa del Arzobispo. El agnóstico Mario se casa con la joven prima Patricia. Hoy han pasado cuarenta y cinco años, tres hijos, unos cuantos nietos, muchos libros, varias ciudades, necesidades, nuevos amigos, viejos amigos, peleas a puñetazos, celos, premios, derrotas, tranquilidad familiar, orgía de la imaginación. Han pasado muchas cosas. Otras mujeres, quiero decir una mujer, una amiga: Carmen Balcells. La mama grande. La que nunca falta. La que llegó a su vida desde aquella Barcelona de la gauche divine hasta estos días de Premio Nobel. Carmen trabajaba con el editor, poeta, el diablo bebedor y lúcido amigo Carlos Barral, al que le gustaba decir: "Al cadete solo le interesan las mujeres de la familia".
Es verdad. Primero una. Después otra, y no más. Las otras- Balcells y su hija Morgana aparte- son literatura, visitadoras, feministas, actrices, niñas malas o épicas seductoras que vienen del recuerdo de burdeles de antaño, de paraísos en otra esquina.

( Publicado en "Dominical", 5/12/10)



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